Un buen día el gluten aparece en tu vida. Irrumpe como un elefante en una cacharrería. Aparece como una partícula invisible dispuesta a complicarte la existencia de una manera que no imaginabas. Frente al estupor inicial empiezas a tomar las riendas al tema, pero todo te pilla de nuevo.
Cierto es que habías escuchado hablar del gluten, ahora en muchos productos aparece la leyenda “sin gluten” y tu pensabas que esos alimentos eran más sanos por el hecho de no contenerlo. Incluso habías escuchado hablar de la enfermedad celíaca porque seamos sinceros, ¿quién no conoce a un celíaco? Hasta habías visto en algunos restaurantes que disponían de menú sin gluten ¡qué modernos!
Pero entonces el gluten llega a tu vida en todo su esplendor y te das cuenta de lo que realmente implica. Empiezas a escuchar palabras como contaminación cruzada o trazas, transgresiones, y te haces el lío padre pensando ¿pero qué me están contando? Te decides a investigar (realmente no te quedan más narices que hacerlo) y te das cuenta de que es un poquito más complicado de lo que creías cuando pensabas que alimentarse sin gluten era fácil y sobre todo más sano.
Primero descubres que el gluten (el maldito gluten al que estás empezando a cogerle manía, de momento sólo un poquito) se encuentra en productos tan peregrinos como yogures, algunas mantequillas, algunos quesos, embutidos, caramelos, chocolates. Y piensas… ¿pero el gluten no está en algunas harinas? ¿A quién se le ocurre echarle harina a los chorizos? Y entonces te enteras de que el gluten cumple una función espesante y estabilizante en determinados alimentos elaborados, y que es el responsable de la esponjosidad y elasticidad de las masas. Y descubres que ser celíaco es más complicado que “ah eso es lo del pan y la pasta”, como suelen decirnos (eso mismo decía yo antes de meterme en este mundillo).
Por eso estoy haciendo campaña de concienciación entre mi gente para que poco a poco vayan comprendiendo lo que supone ser celíaco hoy en día.
Que uno de nuestros mayores problemas es intentar comer fuera de casa sin ponernos a morir en el intento, porque aunque hay sitios que disponen de carta sin gluten, la mayoría no la tienen.
Que nuestros alimentos básicos cuestan tres, cuatro, cinco y mil veces más que los de una persona no celíaca.
Que no somos raritos, ni especialitos con la comida.
Que no vale el “total por un poquito no va a ser para tanto”.
Que hay que poner un cuidado especial en una cocina donde se preparan alimentos que van a ser consumidos por una persona celíaca.
Que cuando vamos a un hotel no necesitamos una habitación habilitada para minusválidos (tomo la experiencia prestada del grupo anécdotas para celíacos de facebook).
Por todo esto y para intentar que mi celiaquita lleve una vida lo más normal posible en un mundo donde si eres diferente de lo estándar te señalan con el dedo, te miran raro y estás marcado.
Y esta es la entrada que me ha salido hoy, en la que pretendía hablaros de otra cosa, pero salió la vena retranqueira que tengo como buena gallega que soy y así la dejo.
Otro día intentaré contaros algo sobre las trazas y la contaminación cruzada, que era mi intención cuando hoy empecé a escribir.
Buen fin de semana a tod@s, Sin gluten por supuesto.
Comments