Hoy quiero hablar de algo que no tiene absolutamente nada que ver con la celiaquía, pero que trata de cerca las costumbres que tenemos y que vamos adquiriendo, desde mi punto de vista no siempre acertadas. Estamos en la semana de Halloween, ¡pero qué estoy diciendo! Hemos caído, casi sin darnos cuenta, en la pérdida de una tradición tan nuestra como el día de difuntos. Cuando en el colegio el otro día comenté que no me parece una tradición nuestra para celebrar la respuesta fue “pero los niños se lo pasan tan bien disfrazándose”. ¡Vamos que me toca disfrazar a mi hija o que sea la única “rarita” que no lo hace! En una generación esto será algo tan nuestro como la paella y la sangría.
Los recuerdos que tengo de mi infancia son claros, los días antes de esta cita importante se preparaba el panteón familiar, se limpiaba a fondo (en mi familia se sigue haciendo), ya que el nuestro al ser de piedra y estar en Galicia necesita ser limpiado todos los años para evitar los males de la piedra. Se preparaban centros de flores, se llevaban a nuestros muertos, se ponían cirios rojos, el cementerio en este día luce precioso. Era nuestra manera de honrar a quienes ya no están entre nosotros. Galicia es una tierra que tiene una especial relación con todo los relativo a los muertos, el más allá, y la cultura de la muerte en general.
Mi padre me cuenta que en su infancia vaciaban calabazas, le ponían velas y las colocaban en la ladera sobre la que se asienta Allariz, su pueblo. ¿Os suena de algo verdad? Esta fiesta en algunas zonas de Galicia se conocía como Samaín, o Samhain, es una fiesta de tradición celta, y aunque se perdió en algunos lugares en otros sobre todo en la costa de la muerte se ha conservado y desde ahí se está volviendo a recuperar.
Para los celtas el año se dividía en dos estaciones, etimológicamente samaín significa “fin del verano”, en ese momento empezaba la estación oscura. Era una noche en la que se pasaba de una estación a la otra, finalizaban las cosechas y empezaba el “año nuevo celta”. En el momento del samaín los celtas creían que la línea que separa el más allá de este mundo era tan estrecha que a los muertos se les daba permiso para volver a caminar entre los vivos teniendo así la oportunidad de reunirse con los antepasados que ya no están entre nosotros. Para alejar a los malos espíritus y tenerlos contentos, se les dejaba comida en los umbrales de las casas. Esa tradición evolucionó hasta hoy que tenemos: grupos de niños de casa en casa pidiendo golosinas.
Con la conquista por parte del imperio romano de los territorios celtas y su posterior cristianización las fiestas paganas se adaptaron al calendario cristiano y esta celebración se convirtió en la festividad de todos los Santos.
¿Sabéis cuál es la realidad del vaciado de calabazas y su colocación en los umbrales de las casas? La finalidad de esto es espantar los malos espíritus que vagan perdidos en estas noches de transición entre el verano y la oscuridad invernal. Pero volviendo la vista atrás en los siglos ¿sabéis qué hacían los celtas en cuya cultura no existía la calabaza, que no llegó a nuestra cultura hasta que la trajeron los descubridores de América? En la festividad más antigua del Samaín los celtas utilizaban los cráneos de sus enemigos derrotados, los iluminaban y los colocaban en las murallas de los castros. Terrorífico ¿verdad?
En la edad media los irlandeses (que fueron los encargados de llevar esta tradición a Estados Unidos durante la gran depresión irlandesa) hacían sus tallas en nabos.
Seguro que cuando este año vaciéis la calabaza y talléis en ella una cara lo veréis de forma diferente. ¿O no?
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