Quienes seguís mi blog sabéis que además de subir recetas que poco a poco voy adaptando al mundo singlu, y los panes sin gluten que vamos mejorando gracias a la colaboración de todos, os cuento mis experiencias. Hoy mi relato es un poco extenso pero quiero que sepáis cómo ha cambiado mi vida desde que hace poco más de un año me dijeron que soy celíaca y pasé a formar parte del “gremio“. El 19 de diciembre de 2014 tras una biopsia dudosa que tuvo que ser analizada por un médico experto, el doctor me dijo que retirase definitivamente el gluten de mi dieta.
Os voy a detallar cómo fueron los últimos años, cuando supongo que empecé a desarrollar la celiaquía o mi cuerpo se volvió poco a poco más intolerante. Posiblemente fui celíaca toda mi vida, por algunas cosas que cuenta mi madre. Una de sus frases favoritas al referirse a mi de pequeña es “parecías una niña de África con la tripa siempre hinchada y las piernas muy flaquitas” ¿os suena? Otra clásica “te pasaste 3 años pesando 10 kilos“. Otra, “tu hermano sólo iba al pediatra a las revisiones, pero contigo estábamos siempre de médicos, siempre estabas malita“. Claro que hace 44 años de la celiaquía apenas se oía hablar, y aunque me llevaron a los mejores pediatras de Orense en aquellos tiempos nada dijeron de ello.
La adolescencia y juventud las pasé sin problemas aparentes, es más incluso en algunos momentos el sobrepeso apareció en mi vida. En esa etapa tuve algunos brotes de psoreasis que poco a poco fueron controlados. Padecí migrañas intensas y frecuentes desde que tengo uso de razón. Hoy en día sabemos que si la celiaquía no se diagnostica en los tres primeros años de vida, su debut y diagnóstico se hace más complicado ya que el cuerpo genera una “tolerancia” para adaptarse a lo que le estamos dando. Veneno. Aunque el cuerpo “se queja” con otras manifestaciones periféricas, unas más graves que otras.
Recuerdo hace al menos 15 años que un día una muy buena amiga me preguntó ¿qué tal estás? y al responder que muy cansada me dijo, “deberías mirarte eso, siempre estás cansada“. En mis analíticas siempre salía un poco de anemia, no en grado preocupante pero si lo suficiente para pensar que el cansancio se debía a la anemia.
Con el embarazo mi cuerpo empezó a revelarse. Durante una revisión rutinaria el ginecólogo detectó que mi tiroides no funcionaba correctamente, aunque vino rápido Irene y no le presté toda la atención que debería.
Después de nacer la niña yo me encontraba muy cansada pero ¿qué madre no está cansada con un bebé en casa? Yo pensé que era la adaptación a la nueva vida. Cuando empecé a trabajar el agotamiento era tan intenso que levantarme para ir a la oficina era durísimo y al volver recoger a mi pequeña en la guardería y mientras ella gateaba por su dormitorio yo me tiraba en el suelo sin poder hacer nada. Salir a pasear impensable.
Así que me fui a mi médico de cabecera, para quien sólo tengo palabras de agradecimiento. No sólo por como llevó este tema sino por su trato y por su manera de atender a sus pacientes. Un hombre sosegado, que te escucha, que te explica siempre las analíticas punto por punto. Gracias a él que fue poco a poco tirando del hilo hasta que se deshizo la madeja.
En la primera analítica más completa detectó Hipotiroidismo, otra analítica desveló que era una Tiroiditis de Hashimoto. También en esa analítica me pidió los marcadores de celiaquía, aunque como en casi todos los adultos salieron negativos. Déficit de vitamina D fue otro de los descubrimientos. Así que se puso a trabajar en mejorar mi calidad de vida. Con el tratamiento de tiroides y viales de vitamina D cada dos semanas. No me sentía muchísimo mejor pero algo empezó a cambiar.
Entonces a los 15 meses de nacer Irene llegó su diagnóstico como celíaca. Cuando se lo dije lo primero que me mandó hacer fue la prueba genética, y ahí si cantaron los marcadores, DQ5 y DQ8 ambos positivos con alto riesgo de desarrollar la enfermedad. Así que no me quedó más remedio para asegurarnos que hacer la biopsia. Tras un segundo conteo (ya que el primero no fue hecho correctamente) el resultado fue de Marsh I. Hoy también sabemos que en la mayoría de adultos la lesión intestinal no suele ir más allá del Marsh I.
En medio de todo este barullo de pruebas resultados empecé a notar que mis manos se bloqueaban. Toco la guitarra desde muy pequeña y tuve que dejarlo porque era imposible hacerlo. Una vez más mi médico entró en juego. Me mandó hacer pruebas reumáticas y ahí no detectaron nada raro. También ecografías y radiografías. Nada. Sólo quedaba hacer un electromielograma, prueba que me dijo que era desagradable. Así que como eso no me impedía vivir le dije que si esto iba a más me plantearía hacerme la prueba.
Y entonces apareció el Marsh I y el gluten desapareció definitivamente de mi vida.
A los seis meses de haberlo dejado empecé a notar mejoría en mi calidad de vida. Las migrañas no desaparecieron completamente pero si rebajaron mucho su frecuencia y su intensidad. El cansancio anormal para mi estilo de vida poco a poco fue bajando, hasta el punto que en el mes de mayo empecé a salir a caminar y a día de hoy salgo a correr al menos tres días en semana. Y lo mejor de todo es que mis manos vuelven a funcionar perfectamente. En verano volví a coger la guitarra y ahora mismo retomé los ensayos con mis compañeros en una Agrupación de Guitarras.
Acabo de hacerme la analítica de control. Mi anemia ha desaparecido totalmente. Mis niveles de colesterol, triglicéridos, glucosa y demás están “de libro”. Lo único que ha variado un poco es el tiroide, que si nadie lo remedia tendremos que aumentar la dosis de medicación diaria ya que no funciona todo lo bien que debería.
Mi experiencia y conclusión un año después de retirar el gluten de mi dieta es que me siento infinitamente mejor de lo que estaba.
Todavía hay especialistas que recomiendan una reintroducción de gluten al año del diagnóstico. Le pregunté sobre esto al Doctor Rodrigo en Celicalia y me dijo que eso es un disparate. Y yo francamente, después de los resultados que tengo sin tomar gluten no quiero verlo ni de lejos.
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