Se cumplen seis meses de mi diagnóstico como celíaca y desde entonces he tenido tiempo más que suficiente para echar algunas cosas de menos. Contra todo pronóstico lo que menos añoro es el pan, las pastas o los dulces.
Hago panes en mi casa tan ricos que nada tienen que envidiar a los panes con gluten, en la sección “Mis panes” tenéis buena muestra de ello. Sí, hay una cosa que echo de menos, ir el domingo a comprar el pan y comerme el pico de la barra bien crujiente en el camino que va desde la panadería hasta mi casa.
Con la bollería y los dulces me pasa lo mismo. Como no soy demasiado golosa no es algo que eche mucho en falta, preparo yo mis propios bizcochos, galletas y tartas, que además después de acostumbrarme a leer toda etiqueta legible que cae en mis manos es bastante más sano. Pero hay algo que pensé tomar justo un día antes de que llegase el diagnóstico por si acaso y no hice, ¡no sabéis cuánto me arrepiento! Un donut, con todas sus grasas trans, sus conservantes, sus E con los numeritos correspondientes, sus colorantes, su glaseado y todas las porquerías que os podáis imaginar… mmm y aunque los he hecho en casa, aquí os dejé la entrada en su día, no he conseguido el sabor de los donut de toda la vida.
En el apartado de dulces aparece el chocolate Excellence de Lindt con sal y caramelo. A pesar de saber que Lindt no garantiza la ausencia de trazas me pasé por una tienda Lindt, a ver si sonaba la flauta y alguien me decía que sí, que podía comerlo, pero la dependienta me dijo lo que yo sabía, que Lindt sólo garantiza la ausencia de trazas en tres productos que elaboran en otra fábrica. No obstante también me dijo que había gente que por su “cuenta y riesgo” lo asumía y se lo tomaba. Me quedé con las ganas pero no lo compré.
Y vale que no soy demasiado cervecera, pero una clarita tirada en su grifo a la hora del aperitivo con su espumita en su jarrita congelada. Ahora cuando salgo de aperitivo me tiro al vino (blanco y gallego eso no admite duda), y como normalmente no tomo vino se me sube a la cabeza
Algo que si echo de menos de verdad es tomarme una buena fritura de pescado. Y aunque vivo cerquita del Restaurante As de Bastos donde podemos disfrutar de ello hay veces que coincide que no estás al lado y te apetecen unos calamares fritos, que son una de mis debilidades, y te quedas sin ellos. El tapeo en general es algo que se nos complica bastante a los celíacos. Estoy pensando ahora mismo en los fantásticos calamares de la ría que dan en “O chinchorro”, en el paseo de Aldán. Cuando vuelva este verano me quedaré sin tomarlos, a no ser que sea capaz de convencerles de que me los preparen aptos, que el año pasado ya me preguntaron sobre el tema y estaban valorando esa posibilidad. ¡Espero tener suerte!
Echo de menos la improvisación, estar fuera de casa y decidir parar en “cualquier sitio” aunque eso dejamos de hacerlo en el momento que diagnosticaron a la peque. Pero no nos engañemos, no es lo mismo ir a un sitio donde pueda comer un celíaco que ser tu el celíaco.
Otra cosa que no es lo mismo es el tamaño de cualquier producto para celíacos, y es que en este caso permitidme el tópico “el tamaño SI importa“, las galletas, rebanadas de pan, magdalenas, salvo honrosas excepciones vienen en cajas diminutas y tienen un tamaño que a veces raya el ridículo.
Y sobre todo y lo que me tomaría por kilos es regaliz rojo. No soy golosa, ni mucho menos, pero me encanta el regaliz rojo. En mis rutas hacia Galicia nunca faltaba un paquete de regaliz, y otro de discos en el asiento de al lado para ir picoteando entre kilómetro y kilómetro de autovía, y aunque David Foody tiene regaliz sin gluten en su tienda, y está muy rico recuerdo el sabor del regaliz en mis viajes y no puedo evitar añorarlo.
Y vosotros ¿qué es lo que más echáis de menos desde que no podéis comer gluten?
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