Ayer se celebró el día nacional del celíaco. Ya sabéis lo que digo siempre, que soy contraria a celebrar “el día de” si bien es cierto que ayer las televisiones, los periódicos, las redes sociales, incluso las páginas web glutaneras, se llenaron de comentarios sobre el mundo sin gluten que nosotros vivimos día a día, y lo cierto es que nos viene genial que al menos un día al año seamos noticia.
Personalmente intenté poner mi granito de arena, semanas antes hablé con la profesora de mi peque para ofrecerle algún cuento de los que tengo sobre celiaquía, para que si quería se lo contase a los niños. Su respuesta fue inesperada, me ofreció que si podía fuera yo quien se lo contase. Ya os podéis imaginar mi respuesta, por supuesto que sÍ.
Además del cuento propuse hacer una merendola de galletas sin gluten para que todos los niños pudiesen comprobar que comer sin gluten no hace daño a nadie, aunque a un celíaco comer con gluten si.
Al igual que el año pasado la experiencia fue muy positiva y tremendamente enriquecedora para mi. Esos “locos bajitos” son lo mejor que tenemos y es un lujo hacer cosas con ellos.
Les conté la historia de Pablo, un niño celíaco, con la inestimable ayuda de Patricia (su profesora) que sabe muy bien manejar a las pequeñas fierecillas y llevarlos al terreno adecuado. No es fácil explicarle a los niños en qué consiste la celiaquía, y además como os podéis imaginar ellos interpretan las cosas a su manera. No sé si conocéis el cuento, en él se habla incluso de las vellosidades intestinales, y de como el gluten las ataca y las daña. Menudo reto, hacer comprender a niños de 3 años el funcionamiento del intestino.
Ellos entendieron más o menos la historia, que Pablo estaba triste y cansado cuando estaba malito y se puso contento cuando dejó de comer gluten y se recuperó. Les quedó claro porque Irene come en una bandeja de diferente color a la suya, porque siempre se sienta en el mismo sitio en la mesa del comedor, y porque a veces ella no puede comer lo mismo que los demás.
Después del cuento llegó el momento de la merendola, compré galletas sin gluten y sin azúcar, ya que Irene tiene un compañero que es diabético así que hablé con su mamá para ponernos de acuerdo en las galletas que podrían comer todos. Y qué decir… ¡que no quedó ni una! Y es que si a los niños les das galletas de chocolate, da igual que lleven gluten o no, se las comen TODAS.
Tuvieron el detalle de entregarme el diploma que ilustra esta entrada, y ¿sabéis qué os digo? Si me dan un Oscar no estoy más contenta.
La experiencia fue más que positiva. Sólo puedo desde aquí agradecer una vez más la disposición del Colegio Vallmont y de las profesoras de los peques Patricia y Cristina por ofrecerme la oportunidad de difundir un poquito la celiaquía entre los más pequeños, son las generaciones que vienen detrás y podrán hacer que la vida de los pequeños celíacos sea lo más normal posible.
GRACIAS.
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