El mayor regalo que puede hacernos la vida es un hijo. Aunque suene a tópico cuando uno espera un hijo siempre se dice la tan socorrida frase: “que sea sanito”. Da igual a quien se parezca, que sea rubio, moreno o tenga los ojos azules, lo importante DE VERDAD es que esté bien. Y a partir de ahí podemos hacer todas las especulaciones posibles, se parece a mamá, se ríe igual que papá, es simpático y duerme bien.
Por eso lo peor que puede pasarle a unos padres es que un hijo se ponga enfermo sin explicación aparente.
La celiaquía llegó sin previo aviso, y nos mostró su cara cuando mi hija tenía 14 meses. Puede que un poco antes, pero los primeros síntomas tampoco los asociamos a nada anormal. Una diarrea en un niño de esa edad a menudo se atribuye a la salida de los dientes o una gastroenteritis vírica de esas que de repente asaltan las aulas de las guarderías, y así fue en nuestro caso. Hasta que la diarrea se intensificó y no había forma de cortarla.
Probamos con probióticos, leche sin lactosa antidiarreica, crema de arroz. Lo típico. Empezaron nuevos síntomas. Poco a poco una niña que había comido de maravilla estaba dejando de comer, en cuanto veía la comida se echaba a llorar. Después llegó el cambio en su carácter, empezó a mostrarse más huraña, y se cogía unos berrinches tremendos. Pensábamos que era normal debido al agotamiento y desgaste producido por la diarrea. Incluso en la guardería nos comentaban que la niña no era la misma de siempre.
Mientras tanto los médicos siguiendo el protocolo empezaron con las pruebas. Primero un cultivo de heces (buscaban al rotavirus) pero no apareció, ni él ni bacteria alguna que pudiese causar semejante desaguisado. La preocupación fue en aumento. El siguiente paso fue la analítica de sangre. Y entonces sí, apareció algo: antitranglutaminasa disparada ¿esto qué es? Pues es el primer paso para diagnosticar que se padece la ENFERMEDAD CELIACA. Después vino un estudio genético que confirmó lo inevitable. Nuestra hija es celíaca. ¿Quién no ha escuchado hablar de ello?, es más casi todo el mundo conoce a gente con ese problema, pero que no se te ocurre plantearte ni por un momento que pueda“tocarte a ti”. Lo primero que pensé es “podría haber sido yo”, pero eso no se elige y fue mi hija, mi pequeña.
Lo primero que se me vino a la cabeza tras la confirmación fue ¿y ahora qué? Todos los amigos, en un intento de animarte te dicen aquello de “podría haber sido peor”. Y tu esbozando una sonrisa piensas, “si claro, también podía haber sido mejor”. Pero es lo que hay, toca adaptarse y vivir, y sobre todo hacer de la normalidad nuestra bandera. Tengo claro que no quiero que mi hija se sienta diferente por ello.
Tenemos un duro camino por delante, primero educarla a ella. Cosa que ahora mismo no tengo ni idea de cómo vamos a conseguirlo sin que ello haga que se sienta diferente. Y después reeducarnos nosotros. Sobre todo, en el caso de nuestra familia, yo soy la encargada de la compra y cocina. Me toca volver a aprender a cocinar.
Desde este blog quiero contar como es la experiencia.
Esto es un reto para toda la familia.
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